Este proyecto fue curado, impreso y empastado en un fotolibro para la exposición Pocket Book organizada por Immagini Galería dentro de la agenda de Foto-México 2019. Exhibido por segunda vez en el Centro de las Artes Vivas durante los días 16, 17, 18 y 19 de enero del 2020.
Existe este mundo real en el que no vivimos.
Ahí, a la vista, sin escondites ni trucos.
Ahí. ¿Lo ves?
Hay una teoría que responsabiliza la desconexión de las sociedades con el hábito de usar zapatos. Con la falta de contacto de los pies con la Tierra (con mayúscula, pues también engloba a tierra con minúscula). Suena disparatado, aunque quizá tenga un poco de razón. Pensémoslo. Nuestra única conexión cotidiana con la tierra es que respiramos; aunque el aire de las ciudades es más bruma que oxígeno. O quizá la conexión la podemos encontrar en los alimentos que consumimos; claro, si es que en tu dieta diaria incluyes vegetales y frutas, evidentemente la carne no entra en esa categoría; digo, todos hemos oído los argumentos del culto vegetariano. Tal vez la conexión la hemos de hallar en el hecho de nacimiento en la Tierra y nuestra vida en ella, aunque ahí realmente no hay un vínculo; pensemos que es como si naciéramos y nos alimentáramos de nuestra propia madre, tomando sus recursos pero completamente absortos a su bienestar, a restituir lo compartido, a devolver, a no contaminarla. ¿Contaminar? Contaminar solo el aire, me dirán, bueno, y los bosques, las calles, el aire, nuestros propios cuerpos; nuestros propios cuerpos contaminados por aire sucio, agua sucia, alimento infectado, drogas, información, juicio, malas relaciones, lujuria, ambición, malicia, gula y la lista puede seguir con el resto de los pecados (contaminantes). Quizá la desconexión sí radica en el uso cotidiano de zapatos, aunque sea una parte, aunque sea la punta del iceberg.
Entiendo que este tema ha sido repetido, repetitivo, reiterativo y viral; repito: repetido, repetitivo, reiterativo y viral. Otra vez: repetido, repetitivo, reiterativo y viral. Y otra: repetido, repetitivo, reiterativo y viral. Una más: repetido, repetitivo, reiterativo y viral. La última: repetido, repetitivo, reiterativo y viral. Ahora sí la última: repetido, repetitivo, reiterativo y viral.
Y sin embargo ni siquiera una contingencia ambiental paralizadora de naciones enteras es suficiente para separar nuestras conexiones neuronales de la adicción al pecado. (Y digo pecado como término alusivo a males contemporáneos, que bueno, la modernidad también podría ser una religión (pero no es el tema)).
Pienso en la felicidad, en que la cercanía a la tierra podría impulsar la felicidad; aunque una vez alguien me dijo que prefería andar de caddie tras los golfistas de un campo, sobre la opción de cargar con pala y machete arando los (otros) campos. Ahora, tampoco se trata de regresar el tiempo antes de la revolución industrial (aunque sin duda habría menos contaminación), no es el punto, punto. El punto es que pisar el pasto con los pies desnudos es incomparable; sí, aunque sea sobre pasto comprado sobrepuesto en un jardín prefabricado. Son cosquillas de frescura, es color verde creciendo por entre tus dedos, clorofila, fotosíntesis. Es naturaleza que tapamos usando ropa y adornando el jardín.
En fin, compramos pasto para simular naturaleza, puesto que las ciudades padecen de la cualidad inalterable de extenderse, son comelonas, monstruosidades devoradoras con hambre infinita. Eso son. Son compilados de concreto, de personas, calles, servicios y tránsito. Son simplemente espectaculares, rítmicas, surreales y diversas, tienen de todo. Pero no saben respetar. Un ejemplo: antes había una separación evidente entre Tepozotlán y la Ciudad de México, ahora el camino de una a la otra solo es una extensión de lo urbano. En la supuesta carretera encontrará tiendas de abarrotes, mueblerías, tlapalerías, cualquier servicio que busque y casi ningún árbol que obstruya el camino vial. Hasta ya perece infomercial.
Imagino un escenario en el que todo el país sea metrópolis, sin espacio entre ciudades, poblados y pueblos. Homogéneo, concretizado y grisáceo, sin la magia de la carretera. Tránsito latente, interminable en cada cuadra de cada colonia de la misma metrópolis que se comió a los demás estados, sin espacio para respirar. Imagino la vista aérea, cuadritos. Una vida de cuadritos; y cuadras.
Es verdad, no nos conectamos tanto como afirmamos que lo hacemos, digo, andar descalzos sobre el pasto es una mera referencia, un símbolo. En esencia quizás se trata de la conciencia del espacio y de lo que implicó el tiempo para encauzar este momento, del flujo de la Tierra y del punto de inflexión en el que entramos los humanos. Pienso en la característica humana que de tanto ser estudiada, ahora es irreconocible. Quizás los ignorantes son más humanos que los eruditos, quizá los que viven fuera de las ciudades tienen otro tipo de respeto por la Tierra que habitan, quizás, y quizás, meras suposiciones. Me pregunto si soy la única que al ver fotografías de otros humanos no reconozco su unicidad. Que al ver otra mirada devolviendo la mía pierdo la noción de cuál miró primero, de cuál es la segunda y cuál es la primera.
Me pregunto si me encuentro equivocada, revuelta entre tanta información que comparte mi entorno, mi aire que no es mío. Me pregunto si he olvidado lo que representa una, uno, ¿un @?. Me pregunto ¿cuál era el entretenimiento de los homo sapiens sapiens si no tenían Instagram?. Me pregunto ¿si sería distinta nuestra percepción si tuviéramos registro de todo lo que sucede y ha sucedido?. Espera, lo tenemos, lo tenemos y sin embrago no lo vemos, lo scrolleamos sin leer el caption. Y sí, eso es lenguaje posmoderno: scrollear, una conjunción del verbo scroll en inglés y la conjugación verbal infinitiva en español. Raro lo que hace la supuesta globalización: mezclar lenguajes.
Debrayé, lo sé, lo siento. Navegué por muchas eras con muchas palabras repetitivas. Que solo repiten y repiten. Como este proyecto que repite sujetos, espacios y objetos. Espero que podamos encontrar las diferencias, porque eso (quizás) es lo que nos re-conectará con la tierra. La repetición, diferenciación, reconocimiento y apreciación de espacios, sujetos y objetos que en esencia son las únicas categorías de lo que existe. Y claro, sigo repitiendo. Sigo repitiendo con esperanzas inventadas pues la magnitud de imágenes sigue contra produciendo un alejamiento, un desinterés por la exploración de lo ajeno, de todo aquello que no es razón para la exaltación de nuestro ego. Un ojo que aprecia y comparte, y otro que con ambición, se apropia.
Este proyecto nunca hubiera sido posible sin la ayuda de mis profesores que vieron en él un potencial importante; gracias por invertir su tiempo en contestar mis dudas y revisar cada parte del proyecto. Sin mi madre y abuela jamas hubiera podido realizar estas imágenes, acompañantes y consejeras durante la búsqueda fotográfica, gracias por apostar por todas mis ideas y persecuciones creativas. Y sobre todo, gracias a todos los sujetos retratados que me compartieron unos minutos de su vida. Gracias infinitas, este proyecto es tan suyo como mío.