Fotos de un ojo sin prejuicios

Una entrada en respuesta y conmemoración a la fotografía

Hoy es el día mundial de la fotografía (injustamente). Hace muchos años en 1839, un 19 de agosto, Louis Daguerre presentó ante un montón de intelectuales franceses el “grandioso” nunca antes visto invento del daguerrotipo, cabe decir que no fue solamente obra suya pero a consecuencia de la muerte de su co-autor, Niépce, Daguerre bautizó el invento con su propio nombre. Digo, esto no es dato oculto ni creo que jamás pretendió serlo, solamente un ejemplo de lo viciosa que puede llegar a ser la Historia. 

Quizás para muchos no importe el origen de la fotografía o su procedimiento o todas las implicaciones a las que ha dado causa. Quizás, tan arraigados al concepto de la democratización e inmediatez de la imagen andamos, que abogamos más por las palabras de Walter Benjamin que de nadie más, o quizás algunos ni siquiera sabrán de quien estoy hablando ni les importará, y quizás tampoco importará esto ni el hecho de que existe un Día Mundial de la Fotografía que carga mucho significado histórico e imaginario para el colectivo.

Tal vez es solo un pretexto repetitivo conforme al pasar de los años para compartir fotografía pero no dejaré fuera de texto que la verdadera aportación de la fotografía ha sido el mirar. Mirar a través de otros ojos, mirar ciudades lejanas, personas de otros tiempos, almas vagabundas por las calles y los años, rostros distintos, paisajes que jamás visitaremos y que nunca pensamos que existían. Mirar atrocidades humanas, muerte, desgracia, justicia e injusticia. Mirar verdades falsas que están a merced del fotógrafo y su decisión que hace caber en un recuadro.

El otro día, nadando en mi archivo fotográfico que a pesar de mi corta edad, me parece estar cerca de números infinitos, encontré mis primeros rollos revelados. Tenía 13 años, sin prejuicios en cultura visual, ni preconceptos, ni expectativas sobre la imagen, ni conocimiento sobre lo que podría representar solamente por existir, o aún, inconsciente y enajenada de las razones causales de la formación de una imagen en una película opaca que después de sumergirla en químicos – voilá – aparecen figuras que pretenden ser permanentes (a menos que no sean fijadas y bien conservadas).

Parecía un invento alienígena, inexplicable y completamente sorprendente que para mi mente de preadolescente, era cautivante y no me importaba en lo absoluto oler a cuarto oscuro por varios días. Recuerdo que el taller de fotografía análoga era la última clase del día, siempre terminábamos rayando la hora de salida y con mis fotos todavía húmedas, corría hacia la salida esperando que el camión no me condenara a pasar la tarde en la escuela, sinónimo para uno de mis lugares menos favoritos. 

Fotografiaba en la escuela y a la escuela, única modelo que contenía cientos de mundos en forma de alumnos; hasta que eventualmente me aventuré a fotografíar la ciudad, mi padre me llevó a dar mi primer paseo fotográfico por el centro de la Ciudad de México. Eran tiempos de campaña presidencial, pero a mí no me hacia ninguna diferencia, todos los días parecían mezclarse entre sí menos los días de revelado y taller de fotografía análoga. Nada más mágico como la primera vez que vi aparecer una imagen en un papel “especial” sumergido en un líquido de composición dudosa y olorosa. 

Jamás creí que la fotografía iba a permanecer en mi vida tantos años, jamás pensé que había más sobre ella, que me perseguiría en sueños diurnos y nocturnos, que me acompañaría a otros continentes y me permitiría conocer otros mundos encapsulados en rostros ajenos. Jamás pensé que la acumularía tanto, que me intrigaría de tal forma que la cámara sería mi accesorio predilecto. Esa niña de secundaria jamás pensó que esto podría ser su futuro, ella simplemente apretó el botón (y magia, Kodak hizo el resto). 

Ocupo este día para refrescarme con las imágenes que sin prejuicios tomé por primera vez, sin miedo a los encuadres, a las líneas de composición, al juicio de otros, al error o a la sorpresa. Estas primeras imágenes son mi ventana a una mente de inocencia y curiosidad pura; una que seguramente sigue latente, pulsando por asomarse de vez en cuando, esperando a ser vista, ocupada o simplemente impaciente por un paseo. Una mente agradecida por Niépce y Daguerre, que ignorante a su drama por los derechos de autor, toma su oportunidad de mirar.

Todas las fotografías son análogas y originales (2012-2013)